martes, 13 de noviembre de 2012

La Puerta del Avión


A él lo había conocido hace muy poco tiempo. Apenas el 13 de noviembre su hermana nos había presentado. La primera vez que me invitó a salir, llegó tarde pretextando no encontrar la dirección correcta. En el camino al restaurant me llamó por un nombre diferente y ni cuenta se dió hasta que le dije que ese no era mi nombre, y cuando llegamos, me hizo caminar -con tacones- cuadra y media de empedrado porque odiaba los valet parking. De sobremesa me hizo un interrogatorio tal, que me sentí en una estricta entrevista laboral, indagando en todos los aspectos de mi vida. Sin embargo, era atento y agradable, y  cuando lo miré por encima de mi taza de café, me pareció atractivo... algo hizo clic, y aprobé su cercanía.


Salimos algunas veces más en un periodo muy corto de tiempo, y el sábado previo a la Navidad, me llevó a un café, donde me sorprendió al preguntarme nerviosamente si quería ser su novia. Ya le había contado de mis planes para este viaje de más de un mes, y de que tenía, para más adelante, expectativas de estudio en otro país; así que le repliqué que no tenía caso que nos hiciéramos novios, por lo menos por el momento, ya que yo saldría del país el domingo siguiente, y estaría fuera más de cuatro semanas.  Él insistió argumentando que no le importaba, y que no me dejaría ir sin ser su novia. Yo me resistía, y a la fecha sostengo que nunca le dije que sí, pero en cierto momento, le pregunté:  -¿Me vas a dar un beso? El sonrió, me dijo que sì y me besó en los labios brevemente. Supongo que tomó eso como mi aceptación. Me sonrió y me dijo algo que nunca esperé: "Te voy a querer mucho".

Salimos del café y caminamos tomados de la mano hacia un parquecito cercano. Ahí volvió a besarme.  Lo dulce de sus besos y la calidez de su abrazo en esa noche fría de diciembre me hicieron sentir que eso era lo correcto, y respondí con ternura a sus besos.

Al día siguiente no podríamos vernos, y, sin yo esperarlo, el me llamó por teléfono. Yo, extrañada, le pregunté el motivo de la llamada, y el contestó que era para escuchar mi voz. Me llamó dos veces al día desde entonces, y yo súper extrañada  porque mis exnovios jamás hicieron eso, incluso a veces, tenía yo que llamarlos.

En Nochebuena me llevó a su casa como su novia -teníamos menos de una semana!- y fue muy agradable la forma en que me recibió su familia. Obvio, tenía la ventaja de mi amistad con su hermana, pero de cualquier forma me sentí agradecida. Luego fuimos a mi casa, donde estaba reunida toda mi familia. Sus educados modales, su carácter tranquilo y su sonrisa franca hicieron que lo aceptaran de inmediato, y en cierto momento, ahí mismo, una de mis hermanas me dijo: "Parece buen muchacho, no lo vayas a dejar ir". Yo estaba empezando a desear no hacerlo. Sin embargo, el viaje ya estaba programado.
El 26 de diciembre estaba a punto de subir a un avión para alejarme 3000 kilómetros por casi cuarenta días. Le había preguntado si, aprovechando que trabajaba en el aeropuerto, podría ir a despedirme, e incluso pasar a la sala de espera para estar un rato conmigo antes de que tuviera que abordar. Él dijo que intentaría hacerlo. Yo traía a la mano una carta donde le decía que, aunque me parecía prematuro hablar de amor, comenzaba a sentir algo por él, y que al regreso de mi viaje podríamos ver si nuestra relación tenía futuro. Pero él no se presentó.
Llamaron a abordar nuestro vuelo, y mi hermana, que me acompañaba, empezó a tomar el equipaje de mano, pero le pedí que esperara, por si él llegaba corriendo. Avanzó lentamente la fila de pasajeros, que se perdían por el pasillo luego de entregar su pase de abordar. Y en todo ese tiempo yo miraba nerviosamente de un lado a otro esperando que él apareciera.  Pero no. Eramos las únicas que faltábamos de abordar, y mi hermana comenzó a protestar. Tuve que aceptar que él no llegaría y, al fin, entramos al pasillo. Me sentía entre triste y enojada. -"No pudo darse ni unos minutos para decir adiós", pensé. Aún miraba hacia atrás mientras avanzábamos por el zigzagueante pasillo, por eso no lo ví. Fué mi hermana quien dijo: -"Mira!"

Ahí estaba, frente a mí, en la puerta del avión. Vestido con su uniforme oscuro, de corbata, con sus acreditaciones colgadas del cuello, puestos sus lentes oscuros y sonriendo, me extendía una rosa roja.  Me pareció extremadamente atractivo. No recuerdo exactamente qué dijimos, pero nos besamos y abrazamos para despedirnos.  Le entregué la carta. En ese momento algo sucedió dentro de mí, sin yo darme cuenta. Apenas se asentó un poco el sentimiento cuando el avión comenzó a correr por la pista, y cuando despegaba, me dí cuenta de que me surgía un fuerte deseo de quedarme, imposible ya de cumplir. Me había enamorado. Por primera y definitiva vez. Y me di cuenta estando montada en un aparato que me alejaba de la persona que había robado mi corazón. Innecesario decir que las semanas fuera del país se me hicieron eternas, y que cuando volví, los planes para nuevos viajes ya los había desechado. No quería volver a alejarme de él.

Ese gesto especial de su parte al aparecer en la puerta del avión, fué suficiente para entregarme perdida e irremediablemente a él, a partir de ese momento y para siempre. Lo que empezé a sentir en la puerta de ese avión me ha sido suficiente, hasta ahora, para 12 años de matrimonio, para sortear crisis y superar peleas,  para permanecer junto a él aún en circunstancias que me hacían pensar que continuar era imposible, para sobrellevar defectos mutuos y enfrentar problemas, para convertirnos en padres de dos nuevas personitas....
Para seguir enamorada todo este tiempo...
Aunque a veces me pregunto... ¿Qué hubiera sucedido si él no hubiera estado en la puerta del avión?
Este post es la continuación del artículo del año pasado Día de Suerte...