Desde hace algunas semanas, no hay conversación que no incluya una o dos referencias a las altas temperaturas que actualmente estamos viviendo en la ciudad. "Nunca se había visto calor semejante en Guadalajara", "Es el año más caluroso en el último siglo". Y no faltan los profetas que dicen: "y espérate, deja que empiece a llover y va a ser peor"... en esas nos viéramos! decimos, imaginándonos la frescura de la lluvia en la cara.
Hace un par de domingos asistimos a misa, nada menos que a las 12 del día, en un templo en el que, a pesar de los altos techos, el ambiente era bastante parecido a un horno vaporizante. Durante las lecturas y el evangelio, varias señoras sacaron sendos abanicos para refrescarse un poco, moviéndolos algunas con elegancia, y otras, con franca desesperación. Yo las miraba de reojo, con envidia, recordando exactamente en que parte del cajón de mi tocador estaba mi abanico de madera delgadita, perfumada y muy trabajada, que me habían traído de España hace muchos años. "Ah, pero en cuanto llegue a la casa, lo hecho en mi bolsa, y no vuelvo a salir sin él" pensé, mientras intentaba, sin éxito, agarrar algo de aire con la hojita parroquial.
El sacerdote, un señor ya entrado en años, inició su sermón con una larga mirada a la concurrencia, mientras movía negativamente la cabeza. "¿Hace calorcito, verdad?" preguntó en tono de reproche. "Ya los ví, a muchos de ustedes, muy distraídos echándose aire. No pueden hacer un sacrificio por una hora a la semana, para agradar a Dios??" Y continuó con una letanía enumerando los sacrificos de Jesucristo, sus heridas y los padecimientos que había soportado, mientras que, nosotros, ingratos, no le aguantábamos "ni un poco de calor".
Muchas señoras, avergonzadas, se apresuraron a cerrar sus abanicos y guardarlos, muy disimuladamente. A otras les valió madre y descaradamente seguían echándose aire frente a él. Probablemente no estaban escuchando, porque en ese punto el calor hacía que muchos tuvieran la mirada perdida imaginándose una cervecita helada en el oxxo de la esquina.
Total de que al padre se le olvidó explicarnos el evangelio y arremetió de nuevo con la falta de disposición al sacrificio de la gente en la actualidad y de lo maravilloso que sería si ofreciéramos con gusto el calor e incomodidad por alguna causa noble, como el perdón de nuestros pecados. Dicho eso, dió media vuelta y dió por terminado el sermón, continuando con la misa. Más adelante, durante la consagración, llenó el aire de incienso, supongo que para que hiciéramos más sacrificios, al respirar aire caliente y con ese aroma tan pesado.
Hoy, mientras conducía de regreso a casa, en plenas 3 de la tarde por una avenida cargada de tráfico y el termómetro del carro marcaba 36.5 grados, pensé, alegre, que si era capaz de ofrecer el sacrificio, quién quita y algunos pecadillos veniales podrían ser tachados de mi lista... mmm... parecía que valía la pena...podría intentarlo.
Sobra decir que no lo logré. Con el sudor escurriéndome por la cara y por la espalda, al primer auto que se me metió al carril, solté algunas selectas palabras de mi florido lenguaje, contra el tráfico, el desesperante calor, y contra el sacerdote que me hizo tener este cargo adicional de consciencia.
Prendí el aire acondicionado, y mis buenas intenciones, se enfriaron.
Tendré que buscar la redención a través de la paciencia durante el tráfico que se provoca con los encharcamientos de las próximas tormentas. Ya veremos.
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